
Durante la segunda mitad del siglo XX nuestro árbol evolutivo empezaba a tomar forma. El descubrimiento en 1974 de «Lucy» (la pequeña Australopithecus afarensis apodada así por la famosa canción de los Beatles «Lucy in the Sky with Diamonds») culminaba el nuevo paradigma que había ido cobrando fuerza a partir del hallazgo del «Niño de Taung» en 1924. La antigua asunción de una evolución temprana del cerebro perdía fuelle ante la abrumadora evidencia: nuestros primeros ancestros, al fin y al cabo, habían sido pequeños homininos bípedos con un cerebro reducido. Aun así, los restos encontrados del cada vez más diverso grupo de los homininos primitivos, los australopitecinos, eran demasiado modernos. La especie más antigua, Australopithecus anamensis, apenas rozaba los 4 millones de años (m.a.) de antigüedad, lo que contrastaba con las estimaciones del tiempo de divergencia de nuestro linaje con el de los grandes simios. La carrera para encontrar a homininos más antiguos había empezado. No fue hasta 1994 cuando se describió una nueva especie de hominino: Ardipithecus ramidus, de 4,4 m.a. de antigüedad. Los primeros restos, una serie de piezas dentales y trozos de mandíbula, se habían encontrado uno o dos años antes en la región de Afar, Etiopía, no muy lejos de donde fue descubierta «Lucy». Sin embargo, ese mismo año se halló el esqueleto parcial de «Ardi», cerca del río Awash, pertenecientes a una hembra de A. ramidus de 1,2 metros de altura y 50 kg. Es a partir de este último espécimen que podemos conocer muchísimo más sobre la paleobiología de este hominino.

Lo primero que nos llama la atención de A. ramidus es el bajo dimorfismo sexual presente en sus caninos. A diferencia de los grandes simios africanos actuales, como los chimpancés y los gorilas, los caninos de A. ramidus aparecen mucho más reducidos, lo que indicaría una menor competitividad intraespecífica entre machos y una mayor cohesión de grupo. En cambio, la locomoción bípeda en este taxón está mucho más discutida. Aunque su pie parece adaptado a una marcha bípeda, también posee el pulgar, hallux, en posición divergente con respecto a los demás dedos, como sucede en los grandes simios. La posición del foramen magnum tampoco concuerda con la que se esperaría hallar en un animal bípedo, ya que este se encuentra localizado en la parte posterior del cráneo. La pelvis, por otro lado, presenta mucho mosaicismo. Es algo elongada, como en los grandes simios, pero al mismo tiempo la parte superior es claramente derivada, como en los homininos posteriores. En conjunto, esta serie de características parecerían indicar que A. ramidus pudo tener una cierta capacidad para la locomoción bípeda, aunque diferente a la nuestra y probablemente menos eficiente en términos energéticos. Otro aspecto interesante es la morfología de su mano, la cual presenta una menor longitud relativa del pulgar en comparación con otros homininos, dentro del rango de los hilobátidos y los gorilas, la cual implicaría una menor capacidad de ejercer “presión” y manipular objetos por parte de Ardi.
Ardipithecus ramidus no es la única especie descrita de su género. En 2001 se describió Ardipithecus kadabba, datado en hace aproximadamente 5,2-5,8 m.a. Este último taxón presenta rasgos similares a A. ramidus, aunque más primitivos, y se ha sugerido que sea una cronoespecie del mismo (es decir, se trataría de la especie antecesora a A. ramidus a través de un proceso de gradualismo filético). Sin embargo, en 2001 también fue descrita otra especie de hominino más antigua: Orrorin tugenensis. Datado en 6 m.a., este hominino fue hallado en las colinas de Tugen, en Kenia. Al igual que Ardipithecus, los caninos de O. tugenensis presentan muy poco dimorfismo sexual. Además, su dentición destaca por ser más reducida que en los australopitecinos posteriores y por poseer una capa de esmalte más gruesa que Ardipithecus. En conjunto, sus dientes son “más humanos”.

El fémur de O. tugenensis, por otro lado, indicaría que este animal fue capaz de llevar a cabo un tipo de locomoción bípeda facultativa. Presenta una cabeza esférica y rotada hacia la parte anterior, su cuello es elongado, el trocánter menor (prominencia ósea situada entre la diáfisis y el cuello del fémur) sobresale medialmente y el trocánter mayor lo hace lateralmente. Además, sus falanges proximales están curvadas. La mano de O. tugenensis también es un caso interesante porque presenta una longitud relativa del pulgar mucho mayor (en comparación, por ejemplo, con Ardipithecus o los grandes simios actuales), lo que ha llevado a especular que este animal pudiera haber tenido una cierta habilidad manipuladora de objetos. Algunos estudios, como el de Pickford et al. (2002), sugieren una mayor cercanía evolutiva entre O. tugenensis y nuestro género. Es una visión muy interesante que dejaría a otros homininos, como a los australopitecinos, relegados a una rama lateral de nuestro linaje, sin parentesco directo con nosotros. Sin embargo, otros estudios como el de Almécija et al. (2013) son más cautos y señalan que la morfología de este animal es intermedia entre los homininos posteriores y los homínidos del Mioceno, siendo su morfología un claro caso de mosaicismo, consistente con la edad geológica del taxón.
El registro fósil es a veces caprichoso, y solo un año después fue descrito un hominino todavía más antiguo, Sahelanthropus tchadensis, de 7 m.a. Como indica su nombre, sus restos fueron hallados en el desierto de Djurab, en el Chad, y constan de un pequeño cráneo algo deformado (aplanado dorsoventralmente y con el lado derecho chafado), varios trozos de mandíbula y unos cuantos dientes. Algo que llama la atención de inmediato de este taxón es su localización geográfica, muy alejada del este de África (como también ocurre con Australopithecus bahrelghazali). Por primera vez, nos encontramos con la posibilidad de que el origen de nuestro linaje se produjera fuera del Gran Valle del Rift, lo cual tendría unas implicaciones paleobiogeográficas muy interesantes.

Como ocurría con Ardipithecus y Orrorin, S. tchadensis también presenta un menor dimorfismo sexual en los caninos. Sin embargo, algunos autores han puesto en duda su atribución a nuestro linaje y sugieren que el cráneo pudo pertenecer a una hembra de algún representante primitivo de la tribu Gorillini, lo cual también explicaría la reducción en los caninos. Respecto a su locomoción, se ha especulado que pudiera ser un animal bípedo, debido a la posición del foramen magnum en una localización más anterior en la base del cráneo, similar a otros homininos posteriores. No obstante, en 2018 un antropólogo de la Universidad de Poitiers, Roberto Macchiarelli, hizo pública su sospecha de que se podría haber ocultado información sobre un supuesto fémur perteneciente al mismo taxón que desbancaría la idea de que S. tchadensis hubiera sido en realidad bípedo. De hecho, el bipedismo de S. tchadensis no se sustenta en ningún resto postcraneal, lo que debilita y pone en duda esta interpretación. Pero esta no es la única controversia que envuelve el hallazgo de S. tchadensis, pues se ha sugerido que los restos de «Toumaï» (como fue apodado cariñosamente su cráneo) pudieron haber sufrido dos enterramientos, el segundo de ellos muy reciente. No obstante, un análisis de isótopos llevado a cabo por Lebatard y sus colaboradores en 2009 confirmó la edad estimada en unos 7 m.a. La comparación faunística también obtuvo como resultado una antigüedad superior a los 6 m.a. debido a la presencia de animales como el ungulado Libycosaurus petrochii y el suido Nyanzachoerus syrticus.
Todos los candidatos fósiles que hemos tratado coinciden en dos aspectos muy particulares: a excepción de «Ardi», todos ellos se basan en un número relativamente reducido de fósiles, lo que muchas veces dificulta su interpretación. El segundo aspecto es que ninguno está exento de controversias; todos ellos parecen poseer un cierto “aire de quimera”. Ya sea por un pulgar oponible en el pie o por un fémur “perdido”, todos se ven envueltos en la misma aureola de misterio. En la carrera por encontrar al “primer hominino”, la competencia entre los diferentes grupos de investigación es máxima, lo cual provoca que algunos debates científicos acaben derivando en patéticas luchas de egos entre expertos. Como pudimos ver en la primera parte de este artículo, la divergencia entre nuestro linaje y el de los chimpancés pudo ser mucho más compleja de lo que pensábamos en un principio, desdibujando así la figura de un primer hominino. Qué bonita conclusión, pues, acabar esta segunda parte contradiciendo al propio título del artículo. Al fin y al cabo, la evolución de la vida se asemeja más a un arbusto enmarañado que a un árbol de ramas solemnes. Y eso, si es posible, hace su estudio aún más interesante.
Si deseas obtener más información, puedes escuchar este podcast de «Nomen dubium: ecos desde Pangea». Este artículo es la segunda parte de una serie de dos artículos. Lee aquí la primera parte.
Referencias:
1. Sergio Almécija, Salvador Moyà-Solà y David M. Alba (2010). Early origin for human-like precision grasping: a comparative study of pollical distal phalanges in fossil hominins. PLoS ONE, 5 (7), pp: e11727.
2. Sergio Almécija, Melissa Tallman, David M. Alba, Marta Pina, Salvador Moyà-Solà y Williams L. Jungers (2013). The femur of Orrorin tugenensis exhibits morphometric affinities with both Miocene apes and later hominins. Nature Communications, 4 (1), pp: 1-12.
3. Alain Beauvilain y Jean-Pierre Watté (2009). Was Toumaï (Sahelanthropus tchadensis) buried? Anthropologie, 47 (1-2), pp: 1-6.
4. Michel Brunet et al. (2002). A new hominid from the upper Miocene of Chad, Central Africa. Nature, 418 (6894), pp: 145-151.
5. Ewen Callaway (2018). Femur findings remain a secret. Nature, 553 (7689), pp: 391-392.
6. Yohannes Haile-Selassie (2001). Late Miocene hominids from the middle Awash, Ethiopia. Nature, 412 (6843), pp: 178-181.
7. Anne-Elisabeth Lebatard, Didier L. Bourlès, Philippe Duringer, Marc Jolivet, Régis Braucher, Julien Carcaillet, Mathieu Schuster, Nicolas Arnaud, Patrick Monié, Fabrice Lihoreau, Andossa Likius, Hassan Taisso Mackaye, Patrick Vignaud y Michel Brunet (2008). Cosmogenic nuclide dating of Sahelanthropus tchadensis and Australopithecus bahrelghazali: Mio-Pliocene hominids from Chad. Proceedings of the National Academy of Sciences, 105 (9), pp: 3226-3231.
8. Martin Pickford, Brigitte Senut, Dominique Gommery y Jacques Treil (2002). Bipedalism in Orrorin tugenensis revealed by its femora. Comptes Rendus Palevol, 1 (4), pp: 191-203.
9. Brigitte Senut, Martin Pickford, Dominique Gommery, Pierre Mein, Kiptalam Cheboi e Yves Coppens (2001). First hominid from the Miocene (Lukeino formation, Kenya). Comptes Rendus l’Académie des Sciences, 332 (2), pp: 137-144.
10. Tim D. White, Gen Suwa y Berhane Asfaw (1994). Australopithecus ramidus, a new species of early hominid from Aramis, Ethiopia. Nature, 371 (6495), pp: 306-312.
11. Tim D. White, Berhane Asfaw, Yonas Beyene, Yohannes Haile-Selassie, C. Owen Lovejoy, Gen Suwa y Giday WoldeGabriel (2009). Ardipithecus ramidus and the paleobiology of early hominids. Science, 326 (5949), pp: 64-86.
Recursos: La fotografía de portada es obra de Kevin Langergraber. La reconstrucción artística de Ardi (Ardipithecus ramidus) es de J. H. Matternes. La imagen que muestra los fragmentos óseos de Orrorin tugenensis se ha extraído del artículo de Brigitte Senut et al. (2001). La imagen del cráneo de Sahelanthropus tchadensis se ha extraído del artículo de Michel Brunet et al. (2002).
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