
La expresión hogar dulce hogar resulta extraordinariamente familiar; la hemos leído en algún libro, visto en alguna película o, me atrevería a asegurar, inscrita como home sweet home en el tapete de entrada de la casa de algún vecino. Además de la familiaridad de la expresión, la gran mayoría de las personas la usamos con regularidad después de un largo viaje o después de un día de lo más agobiante. Pero cuando la decimos, ¿a qué nos referimos exactamente? Pensemos por un momento, ¿qué es el hogar? Muchos coincidirán conmigo en que el hogar es más que el sitio donde satisfaces el sueño, hambre y entretenimiento, más que un simple almacén de pertenencias y suministros de todo tipo. ¿Qué hay de diferencia, por ejemplo, entre una habitación de hotel y el hogar? En el cuarto de hotel no hay espacio para las imperfecciones (machas, rayones o desorden, por ejemplo), los olores o cualquier otro rastro de uso precedente (claro que eso dependerá de los estándares de calidad del hotel). Por otro lado, la casa del individuo promedio tiene una historia, una identidad que se hace visible precisamente en las imperfecciones más superficiales: manchas u olores, polvo cubriendo las superficies de los muebles, acumulación de cosas inútiles en los rincones del armario acompañado de un desorden ordenado —dicen algunos— de ropa de todo tipo, etcétera. Aunado a ello y a los aspectos materiales del hogar, existen actividades y factores sociales (la interacción familiar o sentido de comunidad, por ejemplo) que hacen del hogar una extensión de lo que somos, de nuestra identidad y de nuestra historia. De acuerdo a Sandra Sigmon, Stacy Whitcomb y C. R. Snyder, el hogar, o lo que ellos llaman Psycological home, «es un proceso dinámico en donde los individuos modifican, estructuran y mantienen un medio ambiente para reflejar y comunicar el sentido de sí mismos». De acuerdo a lo anterior, crear un hogar psicológico ofrece no solo un refugio en donde los individuos permanecen protegidos de los peligros del mundo exterior. También brinda atributos cognitivos, afectivos y conductuales que configuran y trascienden el propio espacio físico, generando así el llamado “sentido de pertenencia” que, a mi juicio, sostiene la frase home beyond the house. Después de esta breve introducción, me parece oportuno preguntar, ¿de qué va todo esto? ¡Descubrámoslo!

En ecología, el término ámbito hogareño describe el área dentro de la cual un animal se mueve para comer, no ser comido, refugiarse, aparearse y criar a su descendencia. Bajo estos términos, me resulta atrayente preguntar: ¿cuál era el ámbito hogareño de nuestros antepasados más remotos? ¿dónde se refugiaban para protegerse de los depredadores con los que competían por comida? ¿dónde se apareaban, criaban o formaban vínculos afectivos entre ellos? El ámbito hogareño de un individuo adulto y citadino de nuestra especie, por ejemplo, podría ser el hogar, la oficina, la empresa o lugar de trabajo y el supermercado, lo cual, si bien ofrecen lo necesario para refugiarse, alimentarse y procrear, dista mucho de asemejarse al ámbito hogareño al que los primeros humanos estuvieron acostumbrados.
¿Cuándo y dónde comienza nuestra historia?
El origen espacio-temporal de los humanos es un tema del que habitualmente se desprenden acaloradas y arrebatadas discusiones, particularmente cuando se apela a un origen místico, en donde existen innumerables relatos. En contraposición, el relato científico sobre el origen de nuestra especie, Homo sapiens, se reinventa y retroalimenta de acuerdo a la evidencia que los biólogos, paleontólogos, arqueólogos, antropólogos y psicólogos evolutivos compilan. A diferencia de los relatos míticos que permanecen inmutables aun pasando miles de años, los relatos que florecen del quehacer científico distan de ser iguales a los relatos que se formularon en el pasado.
Es muy normal que haya humanos viviendo al otro lado del mundo y repartidos en casi todas las direcciones, pero, ¿esto siempre fue así? Todas las especies que habitan el planeta tienen un centro de origen, también llamados centro de radiación evolutiva, que se corresponde al área geográfica (escenario) de donde provienen. Las poblaciones naturales (grupos de organismos de la misma especie) evolucionan de acuerdo a los requisitos ambientales que hay que superar para sobrevivir; primero en el lugar de origen y luego en los lugares a los que se dispersan. Verán, la vida es un fenómeno inquieto y pocas veces permanece inmóvil. Generalmente las poblaciones se movilizan en travesías sin rumbo fijo fuera de su centro de origen, encontrándose con barreras físicas —cadenas montañosas o cuerpos de agua— o biológicas —competencia con otros organismos por espacio o recursos— que limitan sus viajes, restringiendo así su distribución. A nuestra especie, por ejemplo, le costó una larga y ardua peregrinación llena de obstáculos para alcanzar una distribución cosmopolita; sin embargo, hace miles de años estuvimos contenidos en un solo continente.
Nuestra especie evolucionó en África oriental, en una época geológica denominada Pleistoceno, que abarca desde hace 2,58 millones de años hasta hace 10.000 años antes del presente. De acuerdo a evidencia fósil y genética, los científicos sitúan el origen de nuestra especie en el Pleistoceno medio, que abarca de hace 781.000 a 126.000 años. Si bien existen aproximaciones confiables que permiten a los especialistas puntualizar la temporalidad en la cual aparece nuestra especie (y cualquier otra especie), todas siguen siendo puntos de origen hipotéticos. ¿A qué me refiero? Aunque hipotéticos, estas propuestas o suposiciones de origen son producto de rigurosas investigaciones que se sustentan en la evidencia y el método científico, no por elocuentes relatos. Esta información resulta de utilidad para saber el tiempo en el que nuestra especie no existía y a partir de cuándo comenzó a existir. En biología evolutiva resulta una misión perdida querer rastrear fechas exactas ya que la transición de una especie a otra es un fenómeno que se difumina en el tiempo y el espacio. ¿A qué me refiero? Estas transiciones evolutivas suceden en poblaciones que se aíslan en subpoblaciones que enfrentan circunstancias ambientales, aunque mínimas, sí diferentes. De este modo se promueve la aparición de nuevas especies en el orden de los miles o millones de años (proceso denominado especiación) en relación a lo que se necesita para sobrevivir.
Dicho lo anterior, preguntémonos: ¿cómo era la África que vio nacer a nuestra especie y que alguna vez llamamos hogar? Es posible que más de uno tenga la idea preconcebida de un entorno repleto de árboles frutales en donde corre más de un manantial (similar al Edén bíblico o cualquier otro paraíso idílico). La realidad es que el paisaje que configuraba el hogar de nuestros ancestros estaba lejos de acercarse a lo anterior. Resulta que durante los últimos 6 millones de años el paisaje de África oriental ha estado dominado por praderas abiertas similares a la sabana, la cual es una mezcla de pastos y árboles en donde la distribución y cubierta de los árboles es marcadamente discontinua.

Durante los últimos 7,4 millones de años (Mioceno tardío casi en transición al Plioceno temprano), el rango de cobertura boscosa africana pasó del 75% al 5%, lo cual significa una transición de bosque muy denso (imaginemos un grupo abierto de árboles de unos 8 metros de altura representando el 40% de la cobertura vegetal con una capa dominada por pastos) a praderas abiertas (imaginemos ahora tierras cubiertas con pastos y hierbas, con una cobertura de árboles menor del 10%). Para nuestra suerte, debajo de la sabana etíope y keniana de los últimos 4,3 millones de años se han rescatado múltiples fósiles de ancestros muy antiguos de nuestro linaje (Ardipithecus, Australopithecus, Parantropus) e incluso fósiles de nuestra propia especie. Cabe mencionar que durante el Plioceno Medio (después de hace 3,6 millones de años) hubo una reversión de pastizales abiertos a paisajes de cobertura vegetal boscosa. Sin embargo, durante la transición del Plioceno al Pleistoceno (entre unos 3,6 a 1,4 millones de años) se documenta un retorno a un paisaje mucho más abierto y de vegetación arbórea dispersa muy similar a lo que conocemos hoy como la famosísima sabana africana. Esta expansión y dominio de los pastos durante la transición del Plioceno-Pleistoceno se ha relacionado con cambios climáticos globales que no solo configuraron la totalidad del paisaje africano y del resto de continentes, sino que tuvieron una profunda influencia en el desarrollo de innovaciones morfológicas, conductuales y adaptativas en nuestra genealogía evolutiva y la de muchas otras especies.
Este artículo es el primero de una serie de tres artículos. Lee aquí la segunda parte y aquí la tercera parte.
Referencias:
1. Thure E. Cerling, Jonathan G. Wynn, Samuel A. Andanje, Michael I. Bird, David Kimutai Korir, Naomi E. Levin, William Mace, Anthony N. Macharia, Jay Quade y Cristopher H. Remien (2011). Woody cover and hominin environments in the past 6 million years. Nature, 476 (7358), pp: 51-56.
2. Elvira Cicognani (2014). Psychological home and well being. Rassegna di Psicologia, 2, pp: 85-96.
3. Ludovica Molinaro y Luca Pagani (2018). Human evolutionary history of Eastern Africa. Current Opinion in Genetics and Development, 53, pp: 134-139.
4. Chris Stringer (2016). The origin and evolution of Homo sapiens. Philosophical Transactions of the Royal Society B, 371 (1698), pp: 20150237.
5. Sandra T. Sigmon, Stacy R. Whitcomb y C. R. Snyder (2002). Psychological home. En: Psychological sense of community (editores: A. T. Fisher, C. C. Sonn y B. J. Bishop). Springer, Boston.
Recursos: La imagen de portada fue realizada por la National Aeronautics and Space Administration (NASA). La primera imagen de la sabana africana se ha extraído de Pixabay. La imagen de la sabana de la reserva nacional Massai Mara es obra de David Clode.
Me encantan los artículos de Emmanuel porque son claros y muy digeribles para las personas que carecemos de conocimiento científico. Se aprende algo nuevo de la evolución y del camino que ha recorrido nuestra especie y otras en este planeta llamado Tierra.