
«Asombrosa mi mente humana,
a pesar de siglos sin saber de dónde, cómo ni por qué;
a pesar de esa voracidad, contemplo, nombro, existo».
Fragmento del poema Destierro, 2013 (autor desconocido)
La capacidad cognitiva de Homo sapiens ha mostrado ser insuperable. Si bien las orcas, los chimpancés, los delfines y los elefantes son animales cuya inteligencia destaca sobre la media, sigue estando eclipsada por la nuestra. En la primera parte ya vimos cuáles fueron los competidores de los primeros homínidos: herbívoros rumiantes con un eficiente sistema digestivo y carnívoros atléticos dotados de armas punzocortantes. Ahora veamos, frente a tal calidad de competidores, cómo pudieron sobrevivir los recién llegados a los demandantes paisajes de la sabana africana.
Nuestra dieta y la expansión cerebral
La inespecificidad trófica de la que somos herederos es una de las razones que hizo de nuestro régimen alimenticio un amplio abanico de posibilidades. Además de la clara ventaja que representa la versatilidad alimenticia para un animal salvaje, los recién llegados eran sencillamente más inteligentes que los herbívoros y carnívoros con los que competían. Se sabe que los australopitecos fueron los pioneros en el consumo de tejido animal, hábito que ha acompañado la dieta de nuestra genealogía evolutiva desde hace millones de años. Si bien no hay evidencia de que Australopithecus fuese un género con especies de asombrosas capacidades cognitivas, se sabe que, por lo menos, hace 3,4 millones de años (m.a.) Australopithecus afarensis consumía carne y tuétano al que ocasionalmente accedía con herramientas primitivas. Desafortunadamente no hay pruebas que evidencien si los australopitecos fabricaron herramientas o simplemente las encontraron como rocas naturalmente afiladas; sin embargo, se sabe que fueron los primeros animales en quebrar huesos y desgarrar músculos de cadáveres de grandes mamíferos con piedras afiladas. Hasta ahora, todo apunta a que la fabricación de utensilios es un quehacer exclusivo del género Homo, el cual ha mostrado ser un artesano tenaz y creativo.
La capacidad cerebral del género Homo fue un rasgo que tomó forma a lo largo de millones de años. La capacidad craneal de Homo sapiens es, por ejemplo, tres veces mayor que la de Australopithecus afarensis, el ancestro inmediato a los primeros humanos que conocieron el mundo: Homo habilis (hombre hábil). La proporción creciente de proteína en la ingesta de nuestros ancestros fue, con seguridad, uno de los factores más determinantes que acompañaron la transición de los australopitecos a los primeros representantes de Homo; no solo en el aumento del tamaño del cerebro, sino también en el aumento de estatura, por citar otro cambio importante. El consumo de carne proveyó, a su vez, de una ingesta sustancial de grasa animal, la cual, probablemente, fue una de las alteraciones dietéticas más importantes en relación a la complejidad cerebral de los homínidos. La grasa animal es una suculenta fuente de grasas poliinsaturadas de cadena larga (por sus siglas en inglés, PUFAs), las cuales son fisiológicamente activas y constituyen la materia gris del cerebro de todos los mamíferos. La materia gris es uno de los tres componentes principales del sistema nervioso central, y contiene gran parte de los cuerpos neuronales del cerebro, los cuales se extienden hasta la médula espinal. Desempeña un papel medular en el procesamiento y liberación de información hacia otros componentes del sistema nervioso, interviniendo en el control del movimiento, la memoria y las emociones. Las PUFAs son sintetizadas (producidas) por nuestro cuerpo a partir de los ácidos grasos α-linolénico y el linoleico. Sin embargo, el proceso de síntesis es lento para alcanzar las cantidades necesarias de grasas poliinsaturadas de cadena larga para un desarrollo cerebral óptimo durante la gestación e infancia humana. El ácido docosahexaenoico y araquidónico son algunos ejemplos de PUFAs que funcionan como bloques de construcción obligatorios para la formación de tejido cerebral, los cuales, posiblemente, fueron relativamente escasos antes de que se incorporara el consumo de tejido animal a la dieta de nuestros ancestros.

Se sabe que el tamaño del cerebro de Australopithecus fue muy similar al de los chimpancés y gorilas contemporáneos, variando entre los 390 y 515 centímetros cúbicos (cc). No hay prueba de ello, pero se asume que, conforme a la similitud dimensional del cráneo y su forma de vida, la capacidad cognitiva de los australopitecos fue similar a la de los grandes simios. El primer humano del que se tiene registro existió mínimo hace 2,5 m.a. en el este africano, nombrado Homo habilis. Esta especie humana tuvo un cráneo más redondeado y de unos 640 cc, sin embargo, retuvo una dimensión corporal muy similar a la de sus ancestros homínidos inmediatos (brazos largos y piernas cortas en relación al torso, una altura de 1,2-1,4 m y entre 40-50 kg de peso). Además de seguir siendo animales recolectores y habitualmente carroñeros, Homo habilis se posicionó como cazador amateur de pequeños ungulados; no es hasta la aparición de Homo erectus cuando el género Homo pasa de ser de un cazador amateur a la élite de las grandes ligas. Si bien Homo habilis es considerado genuinamente humano, es una especie que retiene algunas similitudes con los australopitecos, de modo que es difícil que nos identifiquemos con un familiar tan lejano. En cambio, con la aparición de Homo erectus hace aproximadamente entre 1,9 y 1,2 m.a. (según la región geográfica del planeta), resulta mucho más sencillo reconocer en sus fósiles un aspecto muy similar al que nos arroja el espejo. Estos humanos eran de brazos cortos y piernas largas en relación al torso, una altura aproximada entre 1,45-1,80 m y un peso entre 40-70 kg. Su capacidad craneal aumentó dramáticamente en relación a la de sus ancestros, pasando a ser un 80% mayor que la de Australopithecus afarensis y un 40% mayor que la de Homo habilis. La trayectoria del aumento de la capacidad craneal comenzó a ser dramática precisamente con Homo erectus, que alcanzó los 860 cc, continuando con visibles pulsos de crecimiento craneal con la aparición de Homo heidelbergensis hace 800.000 años (1.250cc), Homo denisovan hace 600.000 años (de una capacidad cercana a la de los neandertales), Homo neanderthalensis (1.200-1.750 cc) hace 300.000 años y la del humano anatómicamente moderno hace 200.000 años (1.350 cc); sin embargo, existe discusión al respecto. Otro aspecto que le otorga el título de “parteaguas histórico” a Homo erectus es que fue el primer homínido en aventurarse en una peregrinación sin rumbo fuera de África. Se sabe que esta especie alcanzó el actual territorio Europeo y Asiático antes de hace 1 millón de años. Con seguridad, aquellas poblaciones migratorias experimentaron variadas y retadoras circunstancias ambientales, las cuales, posiblemente, pudieron tolerar en virtud de los productos, lo cuales veremos a continuación, de su sobresaliente poder de observación, creatividad e intelecto.
Herramientas, fuego y otras amenidades
La evidencia paleontológica apunta a que Homo habilis fue el primer artesano que conoció el mundo incorporando a su forma de vida el uso y fabricación sistemática de herramientas sencillas, denominadas Modo 1 u Olduvayenses. Este tipo de herramientas aparecen hace unos 2,5 m.a. y consistían en cantos quebrados, tallados y afilados en alguna de sus caras. Se asume que, dada su sencillez e irregularidad, pudieron haber sido de uso desechable para macerar frutos y semillas, así como para quebrar huesos y rasgar músculo. Entre hace 1,6 y 1,4 m.a. se documenta un avance tecnológico importante en la fabricación de nuevas herramientas, denominadas Modo 2 o Achelense. En este tipo de industria primitiva se utilizaron lascas (fragmentos) de piedra minuciosamente talladas por ambas caras, todas de una forma y tamaño abrumadoramente similar. A raíz de esta aparente estandarización en la fabricación de herramientas, se asume que aparece un método paso a paso para su fabricación. Analizando lo anterior, se hacen visibles extraordinarias implicaciones: transmisión de conocimiento, un agudo aprendizaje por los más jóvenes y un cierto grado de abstracción, lo que significa que el artesano ya tenía en mente el objeto a realizar antes de comenzar. Este tipo de industria fue implementada por Homo erectus y por las poblaciones de donde diversifican los neandertales, los cuales desarrollaron hace unos 125.000 años la industria lítica Musteriense o Modo 3 (la cual desapareció hace 30.000 años junto con Homo neanderthalensis). Desde la implementación de este tipo de tecnología hasta la desarrollada por Homo sapiens, se observa una tendencia a que los utensilios fuesen más pequeños, estilizados y especializados, destacando entre ellos agujas, puntas de flecha, anzuelos y arpones. Se sugiere que con la aparición de las agujas surgió la fabricación, a su vez, de las primeras prendas que aislaron el cuerpo desnudo de los humanos (incluidos, con seguridad, neandertales y sapiens) de las inclemencias ambientales.

Dejando de lado el uso y fabricación de herramientas, las cuales, dicho sea de paso, remplazaron bien la función que desempeña nuestros pequeños dientes y blandas uñas, echemos un vistazo al lunático circense pirotécnico que todos llevamos dentro: ¿quién, cuándo y dónde los humanos incorporaron el fuego a su kit de supervivencia? Los incendios forestales producto de tormentas eléctricas son abrumadoramente frecuentes, haciendo del fuego un fenómeno natural poco atípico. Recordemos que hace 10 m.a. el escenario perfecto para incendios forestales efímeros, vistosos y bastante frecuentes aparece con la transición ecológica hacia áreas abiertas dominadas por pastizales y puntuales ocurrencias de árboles dispersos. Aunque nosotros seamos los únicos animales que tenemos completo dominio sobre el fuego, muchos otros organismos sacan alguna ventaja oportunista de él. Se han visto halcones sobrevolando incendios en busca de presas que se hagan visibles a la luz de las flamas o guepardos que embisten rumiantes que huyen desesperadamente del fuego. Existen múltiples explicaciones sobre cómo los humanos domesticaron el fuego, aunque la mayoría de ellas son sustancialmente especulativas ya que la evidencia en la que se apoyan es escasa. Sin embargo, observaciones con chimpancés han revelado posibles indicios sobre cómo pudieron ser las primeras interacciones que los homínidos tuvieron con el fuego. Es posible que, así como ocurre en los chimpancés, nuestros ancestros los australopitecos tuvieran la capacidad cognitiva para conceptualizar el fuego. Los chimpancés, a diferencia de otros animales, se muestran calmos y serenos en incendios de magnitud forestal, de modo que se desplazan cerca sin accidentarse. Su conducta prueba que son capaces de predecir la trayectoria del incendio, conducta considerada como el primer estadio cognitivo necesario para el dominio total del fuego, seguido de la habilidad de controlarlo (lo que incluye contenerlo y apagarlo) y, finalmente, la capacidad de generarlo.

La realidad es que aún hay pocas pruebas que nos acerquen a la historia del hombre pirómano, sin embargo, son indudables los profundos cambios que trajo su forma de vida. Uno de los indicios más antiguos, pero ambiguos, de uso de fuego se encuentra en sitios kenianos como Chesowanja y Koobi Foracuevas que datan de hace 1,5 m.a. Sitios arqueológicos con pruebas más sólidas incluyen cuevas como Swartjrans y Wonderwork en África del sur y lugares abiertos como las cataratas de Kalambo en Zambia, ambos con una antiguedad de hace 1,0 y 0,5 m.a. Zhoukoudian es un sitio cerca de Beijing, China, donde presuntamente pudo haber habitado Homo erectus hace 0,7 y 0,4 m.a. y donde se han encontrado hasta 100.000 artefactos humanos y huesos quemados. No obstante, no es hasta hace 400.000 años en la cuenca del Mediterráneo, Oriente Medio, África y Asia donde se encuentran rastros que insinúan el estadio final de la domesticación del fuego: su generación voluntaria. Prueba de ello son sitios europeos donde hay rastros de hueso quemado, indicios de combustión y cientos de artefactos de pedernal. El dominio del fuego hizo que los días fuesen más largos, las noches más cálidas y seguras, y que los alimentos fuesen extraordinariamente más fáciles de masticar, digerir y asimilar por nuestro sistema digestivo. Se ha visto que las personas con dietas crudas tienen un índice de masa corporal peligrosamente bajo y en mujeres un rendimiento reproductivo catastróficamente deficiente (ahora imaginemos lo peligrosos que son ambos cuadros clínicos en individuos humanos viviendo a su suerte en lo salvaje). Aunado a ello, nuestra pequeña dentadura y nuestras débiles mandíbulas refuerzan el aparente hecho de que los humanos llevamos bastantes miles de años siendo animales obligados a ingerir alimentos cocinados. Es posible que, dada la similitud corporal de Homo sapiens y Homo neanderthalensis con Homo erectus, no resulta descabellado considerar que el hombre erguido fue la primera especie humana en potenciar sistemáticamente el valor nutritivo del forrajeo mediante el calor, siendo, sin lugar a dudas, un parteaguas en la evolución de los humanos.
Este artículo es el último de una serie de tres artículos. Lee aquí la primera parte y aquí la segunda parte.
Referencias:
1. John A. Gowlett (2016). The discovery of fire by humans: a long and convoluted process. Philosophical Transactions of the Royal Society: Biological Sciences, 371 (1696): 20150164.
2. Mark A. Maslin, Susanne Shultz y Martin H. Trauth (2015). A synthesis of the theories and concepts of early human evolution. Philosophical Transactions of the Royal Society: Biological Sciences, 370 (1663): 20140064.
3. Shannon P. McPherron, Zeresenay Alemseged, Curtis W. Marean, Jonathan G. Wynn, Denné Reed, Denis Geraads, René Bobe y Hamdallah A. Béarat (2010). Evidence for stone-assisted consumption of animal tissues before 3.39 million years ago at Dikika, Ethiopia. Nature, 466, pp: 857-860.
4. Antoine Muller y Chris Clarkson (2016). Identifying major transitions in the evolution of lithic cutting edge production rates. PLOS ONE, 11 (12): e0167244.
5. Adam Rutherford (2019). Humanimal: how Homo sapiens became nature’s most paradoxical creature. A new evolutionary history. The Experiment Publishing.
6. Peter S. Ungar y Mark Franklyn Teaford (2002). Human diet: its origin and evolution. Greenwood Publishing Group.
7. Richard Wrangham (2017). Control of fire in the Paleolithic: evaluating the cooking hypothesis. Current Anthropology, 58 (16), pp: 303-313.
Recursos: La imagen de portada se ha extraído de Pixabay. La reconstrucción del Homo sapiens moderno es obra de Matteo De Stefano, del Science Museum of Trento, Italia. Los dibujos de las herramientas de diferentes períodos de industria lítica se han extraído de Wikimedia Commons. La imagen con los yacimientos arqueológicos donde se han hallado indicios del uso del fuego se ha extraído del artículo de Gowlett (2016).
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