
Los oviraptosaurios son un tipo inusual de terópodos conocidos únicamente del período Cretácico superior de China y Mongolia. Sus esqueletos se parecen bastante al de otros celurosaurios basales (el grupo que comprende a Tyrannosaurus, Velociraptor y las aves actuales), aunque sus cráneos son mucho más derivados, presentando algunos caracteres especializados como: la ausencia de dientes (excepto en las formas más primitivas), un hocico corto y reducido, un paladar modificado donde el ectopterigoides se encuentra en posición vertical y el pterigoides presenta una morfología más bien elongada, un hueso nasal mayor que en otros taxones, una mandíbula localizada en una posición más anteroposterior con respecto a su articulación con el cuadrado, y la presencia de una cresta en la parte superior del cráneo en algunas especies, como en el caso de Citipati osmolskae. Además, existen evidencias de impresiones de plumas en algunos restos de oviraptosaurios, lo que indicaría que estos animales, al igual que la mayoría de los terópodos derivados, poseían un tupido plumaje, especialmente desarrollado en las alas y la cola. Se ha especulado que este plumaje podría ser desplegado para funciones territoriales, de comunicación o de cortejo. Uno de los caracteres más particulares de este grupo es la presencia en la terminación de la cola de una estructura parecida al pigóstilo de las aves actuales. Esto último, junto con otras características como el desarrollado plumaje o la gran neumatización de sus huesos, ha llevado a algunos expertos, como Michael Benton en su destacado libro «Paleontología de vertebrados», a incluir a los oviraptosaurios dentro del clado Avialae, considerándolos incluso más derivados que algunas aves verdaderas como los mismísimos Archaeopteryx o Confuciusornis. Sin embargo, este punto de vista está fuertemente debatido y la mayoría de los investigadores continúan considerando a los oviraptosaurios como manirraptores no avianos, más basales que los deinonicosaurios.

De todos los géneros de oviraptosaurio el más conocido es el propio Oviraptor (del griego «ladrón de huevos»), quien da nombre a todo el grupo. La historia de este pequeño terópodo se remonta a 1923, cuando fue hallado el primer ejemplar en Omnogov, Mongolia, en la Formación Djadochta, por una expedición del Museo Americano de Historia Natural liderada por el famoso paleontólogo Henry Fairfield Osborn (1857-1935). Conocido por haber descrito dinosaurios tan emblemáticos como Ornitolesthes (1903), Albertosaurus (1905) o el archiconocido Tyrannosaurus (1905), Henry Osborn publicó la primera descripción de Oviraptor al año siguiente de la expedición, junto con Saurornithoides y el célebre Velociraptor. Sin lugar a duda, lo que primero llama la atención de este taxón es su peculiar nombre. El mismo Osborn nos explica el motivo en el artículo original:
The names are given because the type skull (Amer. Mus. 6517) was found lying directly over a nest of dinosaur eggs, the one photographed being actually separated from the eggs by only four inches of matrix. This immediately put the animal under suspicion of having been overtaken by a sandstorm in the very act of robbing the dinosaur egg nest.
Sin embargo, Osborn también manifiesta sus dudas respecto a la conveniencia del nombre. De hecho, en el mismo artículo señala que tal denominación podría confundirnos sobre los verdaderos hábitos del animal:
The generic and specific names of this animal, Oviraptor, signifying the «egg seizer,» philoceratops, signifying «fondness for ceratopsian eggs», may entirely mislead us as to its feeding habits and belie its character.
En cualquier caso, ya era demasiado tarde para el infortunado terópodo. La peculiar morfología de su cráneo y su hallazgo junto a un nido atribuido a Protoceratops resultaron ser pruebas más que concluyentes para la opinión pública, y el pobre Oviraptor, sin poder defenderse, fue declarado culpable. He aquí como empezó su largo recorrido de villano en múltiples libros, películas y documentales.

Tuvieron que transcurrir 70 años para poder limpiar el nombre de Oviraptor. En 1994, un nuevo trabajo anunció un hallazgo increíble: se había descubierto el esqueleto de un embrión de ovirraptórido. Sobra decir que encontrar un embrión intacto en un huevo fósil es algo extremadamente raro y extraordinario. El huevo que contenía el embrión era de tipo elongatoolithid (pues al igual que sucede con las ignitas, los huevos fósiles también son clasificados mediante un sistema parataxonómico a partir de su morfología externa o la microestructura de la cáscara fosilizada). Este tipo de huevo había sido atribuido inicialmente a Protoceratops, basándose únicamente en la abundancia de este. Pero ahora nos encontrábamos ante una prueba fidedigna que alejaba al pequeño ceratopsio como autor de esta tipología de huevo, situando a nuestro terópodo como responsable. Ante este nuevo escenario, se reevaluó el comportamiento observado en el holotipo de Oviraptor descrito por Osborn en 1924. Ahora, todo había cambiado. En lugar de haber sido sorprendido in fraganti durante un ominoso hurto de huevos, mangados de algún nido ajeno, todo parecía indicar que se trataba de una madre protegiendo a sus huevos de una de las muchas tormentas de arena que debieron caracterizar el desértico ambiente donde vivían estos dinosaurios.

Pero la historia de Oviraptor todavía posee un último capítulo. En 2001 fue descrita una nueva especie de oviraptosaurio a partir de una serie de restos publicados algunos años antes: Citipati osmolskae (la cual, si el lector se acuerda, hemos mencionado en el primer párrafo cuando nos referíamos a la presencia de crestas en algunos miembros del clado oviraptosauria). En conjunto, por lo menos cuatro especímenes habían sido encontrados asociados a nidos, como ya ocurrió con el Oviraptor hallado en 1923. El más famoso fue apodado «Big Mama» («Gran Mamá» en inglés), un bonito contraste con respecto al nombre Oviraptor. La posición de estos esqueletos era muy similar a la que utilizan actualmente las aves, lo que resalta de nuevo su estrecha relación evolutiva. Por otra parte, la disposición de los huevos en el nido nos aporta mucha información paleobiológica, como del uso simultáneo de ambos oviductos (a diferencia de las aves, que poseen un solo oviducto funcional) y la manipulación de estos por parte de la madre una vez hecha la puesta (como indica indirectamente la organización del nido, comparada con la observada en otros arcosaurios actuales como los cocodrilos). La postura de Citipati también parece enfatizar la importancia del plumaje de sus extremidades anteriores, puesto que la presencia de este sería una condición necesaria para poder cubrir a todos los huevos del nido e incubarlos correctamente. Curiosamente, el embrión hallado en 1994 que redimió al mismísimo Oviraptor, fue reasignado posteriormente al género Citipati, basándose en algunas diferencias morfológicas del premaxilar. Sin embargo, el estrecho parentesco entre ambas especies justifica el cambio de opinión sobre el comportamiento del primero.

La historia de Oviraptor no es más que otro ejemplo de cambio de paradigma a la luz de nuevas pruebas y evidencias que nos permiten descartar antiguas hipótesis desfasadas y proponer nuevas, más actualizadas y adecuadas con respecto a los nuevos datos que conforman el paradigma actual. Los dinosaurios, quizá por su enorme fama, han sido muchas veces objeto de estos cambios. En menos de un siglo, los lagartos terribles pasaron de ser bestias estúpidas y torpes de sangre fría a animales ágiles y activos, con un comportamiento complejo y fascinante. Aunque el hallazgo de Deinonychus a finales de la década de 1960 por John Ostrom (1928-2005) se suele considerar el inicio de la «dinosaur renaissance» (es decir, el renacimiento del interés por los dinosaurios por parte del público y la academia en general), es quizá el descubrimiento y descripción de Maiasaura por Jack Horner (1946) el que nos acerca de una forma mucho más íntima el complejo comportamiento de los dinosaurios, que en muchas especies incluía el cuidado parental. Queda pues redimido Oviraptor, antiguo «ladrón de huevos», y quizá, la mejor madre del Mesozoico.
Referencias:
1. James Matthew Clark, Mark Norell y Luis M. Chiappe (1999). An oviraptorid skeleton from the late Cretaceous of Ukhaa Tolgod, Mongolia, preserved in an avianlike brooding position over an oviraptorid nest. American Museum Novitates, 3265, pp: 1-35.
2. James Matthew Clark, Mark Norell y Barsbold Rhinchen (2001). Two new oviraptorids (Theropoda: Oviraptorosauria), upper Cretaceous Djadokhta formation, Ukhaa Tolgod, Mongolia. Journal of Vertebrate Paleontology, 21 (2), pp: 209-213.
3. John R. Horner y Robert Makela (1979). Nest of juveniles provides evidence of family structure among dinosaurs. Nature, 282, pp: 296-298.
4. Henry Fairfield Osborn (1924). Three new theropoda, Protoceratops zone, central Mongolia. American Museum Novitates, 144, pp: 1-12.
5. Teresa Maryańska, Halszka Osmólska y Mieczysław Wolsan (2002). Avialan status for Oviraptorosauria. Acta Paleontologica Polonica, 47 (1), pp: 97-116.
6. Mark Norell, James Matthew Clark, Dashzeveg Demberelyin, Barsbold Rhinchen, Luis M. Chiappe, Amy R. Davidson, Malcolm C. McKenna, Perle Altangerel y Michael J. Novacek (1994). A theropod dinosaur embryo and the affinities of the flaming cliffs dinosaur eggs. Science, 266 (5186), pp: 779-782.
7. Alan H. Turner, Diego Pol, Julia A. Clarke, Gregory M. Erickson y Mark A. Norell (2007). A basal dromaeosaurid and size evolution preceding avian flight. Science, 317 (5843), pp: 1378-1381.
Recursos: La imagen de oviraptosaurios que se ha usado como portada es obra de Zhao Chuang. La reconstrucción artística de los dos oviraptosaurios del texto es de Sydney Mohr. El dibujo del holotipo de Oviraptor philoceratops es obra de Henry Fairfield Osborn y se ha extraído del artículo de Osborn (1924). Las fotografías y dibujo del cráneo de los fósiles de oviraptosaurios se han extraído del artículo de Norell et al. (1994). La fotografía de «Big Mama» se ha extraído del artículo de Clark et al. (1999).
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